jueves, 25 de agosto de 2011

Un dolor enorme


Era tiempo de que empiece a escribir mi nota. Me senté en la computadora, me paré, me volví a sentar y me volví a parar. Así, alrededor de 15 minutos. Me resultaba imposible empezar a escribir la crónica del partido de ayer, minuto por minuto lo que había pasado y que análisis había sacado del mismo.
Cuando por fin me decidí a comenzar, me pregunté si realmente era necesario contar paso por paso lo sucedido. Quizás, era mejor hacer un simple recuento de lo que sentía, de lo que sentí ayer, de lo que sentimos todos cuando después del pitido final la copa no era nuestra.
Aún me pregunto si realmente se puede explicar con palabras la desilusión que sentí yo, que sentimos todos los hinchas de Independiente, cuando entró el penal de Kléber a los 80 minutos.
La ilusión estaba intacta, otra vez había aparecido Maxi Velázquez (ya la había metido en la ida) y el partido estaba 2-1. Con ese resultado íbamos al alargue, Independiente estaba vivo. Incluso supongo que a más de uno se le vino la imagen de aquella final contra el Goias y se le piantó una sonrisa, hasta un lagrimón. Pero desafortunadamente por esas cosas del fútbol un penal nos dejó afuera, un penal nos privó de aquello que era nuestro, nos privó de un festejo y de una alegría enorme. Nos privó de lo que es de Independiente, y de nadie más, LAS COPAS.
En un mes perdimos dos finales. Es inevitable no sentir bronca, tristeza y/o dolor.
Nadie podrá decir que el Rojo no lo buscó. Coincidimos en que no salió a hacerlo desde el principio, con la ventaja que se tenía salió a esperar, a cubrir espacios. Desafortunadamente se cometieron muchos errores individuales y costó caro. Dos goles en apenas 25 minutos que
cambiaron el partido.
Nadie podrá decir que el Rojo no lo buscó, repito. Se cambió el esquema en el segundo tiempo e Independiente quedó con línea de tres en el fondo. Mentirosa, es cierto. Maxi era defensor pero a la vez volante, iba y venía. Se consiguió, todo parecía que iba bien encaminado hasta que llegó el penal que Hilario le cometió a Jo y Kléber cambió por gol. Ese fue el momento del derrumbe, el instante en que sentí que todo se venía abajo, en que mis ojos se empezaban a mojar y mis puños a apretarse.
Luego del penal, tenía esa esperanza de que no se valide el gol. Y es más, en el fondo la esperanza de que eso no esté sucediendo, de que el árbitro de repente toque el silbato y el campeón sea Independiente.
Podríamos caer en la locura de atribuirle toda la responsabilidad de los goles a Hilario o incluso a Gabriel Milito. Es verdad, no jugaron bien, pero un partido no lo gana ni lo pierden dos jugadores. Podríamos caer en la locura de decir que perdimos por el árbitro, pero en el fondo sabríamos que eso no es verdad. Podríamos caer en la locura de decir que el “Turc”o debe irse, pero un partido tampoco lo gana ni lo pierde el técnico.
Por otra parte, debo reconocer la bronca que me da leer o escuchar aquellos comentarios en contra de Independiente. Las cargadas son constantes, lo entiendo, pero duelen y más a un hincha de Independiente acostumbrado a pelear grandes cosas.
Quiero destacar un sentimiento que tengo hace tiempo: Hoy, nos cargan por haber perdido la Recopa. Pero esos mismos son los que hace unos meses nos acusaban de “haber comprado” la Sudamericana y también nos cargaban por eso. Entonces, ¿En qué quedamos? Si se pierde porque se pierde, pero si se gana es porque se compró el torneo. Esto es fútbol… y lamentablemente debo decir, que por eso es tan lindo.
De quien es la culpa, ya no importa. Debemos sacar lo positivo de este partido y sin dudas ese punto se lo llevo la gente. Más de 5000 diablos llegaron a Porto Alegre para alentar al más grande. Lamentablemente esta vez el diablo no metió la cola, pero la hinchada estuvo y estará siempre con el Orgullo nacional.

Matías Milmar (Columnista – Solo Independiente)

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